A. CASTELLANOS / TRESPADERNE
La Unesco ha declarado numerosos edificios tan valiosos como la catedral de Burgos Patrimonio de la Humanidad, pero su preocupación por preservar el pasado no solo se centra ahora en el patrimonio material, sino también en el inmaterial, el compuesto por los recuerdos que solo se conservan en la memoria de las gentes, pero que no ocupan espacio físico alguno. De este patrimonio es del que se ha nutrido en gran parte el libro Trespaderne, fiestas, romerías y cosas de antaño, un trabajo de los historiadores y arqueólogos María Negredo García y Manuel Moratinos García, de la empresa Aratikos Arqueólogos S.L., realizado por encargo del Ayuntamiento de la localidad y subvencionado por la Consejería de Medio Ambiente a través de las ayudas que otorga a los municipios encuadrados en espacios naturales protegidos, en este caso, Montes Obarenes-San Zadornil.
Moratinos asegura que tanto su compañera como él han sido «simples amanuenses de lo que nos contaron los vecinos de la zona en sus entrevistas». Un total de 25 personas de avanzada edad de todos los pueblos del municipio han puesto su grano de arena para que la historia de la primera mitad del siglo XX de Trespaderne y sus pueblos perviva en la memoria colectiva. Son Rosalía de Virués, Obdulia e Inés Salazar, los López de Arroyuelo, los hermanos González y Salazar de Santotis o José Martínez Martínez, de Tartalés de Cilla.
Ellos les recordaron a los autores los tiempos en que las calles no estaban asfaltadas, se carecía de electricidad y de cualquiera de los medios que ahora hacen la vida más cómoda, pero por contra «había mucha más población y la gente trabajaba en cualquier cosa», como recuerda Moratinos. Eran tiempos de «tranquilidad y puertas abiertas» y de «fiestas entrañables», como las que repasa un libro que Negredo y Moratinos han completado con datos históricos extraídos de los Cartularios de Oña (siglo XI), el Becerro de las Behetrías (siglo XIV) o el Catastro del Marqués de la Ensenada, que en el siglo XVIII daba buena cuenta de los vecinos empadronados y de los cultivos de la zona, ricos en viñedos y chacolí -Trespaderne llegó a producir 78.000 litros de vino-.
A finales del siglo XIX nació el municipio de Trespaderne, que inicialmente lo compusieron Trespaderne, importante por ser cruce de caminos, junto a Arroyuelo, Palazuelos y Tartalés de Cilla, todos ellos desgajados de la Merindad de Cuesta Urria. Ya en el siglo XX llegaron desde el Valle de Tobalina Cadiñanos, Santotis y Virués e incluso Pedrosa, La Orden y Valujera lo intentaron sin éxito.
Supersticiones
En todos los pueblos se compartían tradiciones, que han sorprendido a los investigadores, como los toques de campana contra el nublado, los tentenublos, que estaban rodeados de numerosas creencias y supersticiones. Recoger piedrecitas por Semana Santa y tirarlas cuando venían los nublados, poner las hachas hacia arriba o encender las velas bendecidas el Día de las Candelas para espantar al nublado eran algunas de ellas.
Otras costumbres, como el Domingo de Lázaro, el domingo anterior a Semana Santa en que se tapaban los santos con un manto dorado y no se descubrían hasta el Domingo de Resurrección, es algo que los autores del libro admiten que desconocían hasta ahora, «a pesar de nuestro paso por la Universidad». El rito de la purificación de las mujeres parideras que duraba hasta 40 días y que no les permitía mezclarse con libertad con el resto de los vecinos también les «impresionó», dado que pervivió hasta hace solo 40 años y ahora lo seguirá haciendo en el libro.
En sus páginas, donde también se pueden ver numerosas fotografías, se cuenta parte de esa cultura religiosa que ya se ha ido perdiendo, pero también se reflejan pequeños detalles que hacen pensar en las dificultades de aquellos años, como los recuerdos de las vecinas de Palazuelos, que tejían con plumas de gallinas o varillas de paraguas rotos a falta de auténticas varillas de hacer punto. Eran otros tiempos.
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